JOB



Había una vez en el país de Us un hombre llamado Job: hombre cabal, recto, que temía a Dios y se apartaba del mal. Le habían nacido siete hijos y tres hijas. Tenía también 7.000 ovejas, 3.000 camellos, quinientas yuntas de bueyes, quinientas asnas y una servidumbre muy numerosa. Este hombre era, pues, el más grande de todos los hijos de Oriente. Solían sus hijos celebrar banquetes en casa de cada uno de ellos, por turno, e invitaban también a sus tres hermanas a comer y beber con ellos. Al terminar los días de estos convites, Job les mandaba a llamar para purificarlos; luego se levantaba de madrugada y ofrecía holocaustos por cada uno de ellos. Porque se decía: «Acaso mis hijos hayan pecado y maldecido a Dios en su corazón.» Así hacía Job siempre. El día que los Hijos de Dios venían a presentarse ante Yahveh, vino también entre ellos el Satán. Yahveh dijo al Satán: «¿De dónde vienes?» El Satán respondió a Yahveh: «De recorrer la tierra y pasearme por ella.» Y Yahveh dijo al Satán: «¿No te has fijado en mi siervo Job? ¡No hay nadie como él en la tierra; es un hombre cabal, recto, que teme a Dios y se aparta del mal!» Respondió el Satán a Yahveh: «Es que Job teme a Dios de balde? ¿No has levantado tú una valla en torno a él, a su casa y a todas sus posesiones? Has bendecido la obra de sus manos y sus rebaños hormiguean por el país. Pero extiende tu mano y toca todos sus bienes; ¡Verás si no te maldice a la cara!» Dijo Yahveh al Satán: «Ahí tienes todos sus bienes en tus manos. Cuida sólo de no poner tu mano en él.» Y el Satán salió de la presencia de Yahveh. El día en que sus hijos y sus hijas estaban comiendo y bebiendo vino en casa del hermano mayor, vino un mensajero donde Job y le dijo: «Tus bueyes estaban arando y las asnas pastando cerca de ellos; de pronto irrumpieron los sabeos y se los llevaron, y a los criados los pasaron a cuchillo. Sólo yo pude escapar para traerte la noticia.» Todavía estaba éste hablando, cuando llegó otro que dijo: «Cayó del cielo el fuego de Dios, que quemó las ovejas y pastores hasta consumirlos. Sólo yo pude escapar para traerte la noticia.» Aún estaba hablando éste, cuando llegó otro que dijo: «Los caldeos, divididos en tres cuadrillas, se lanzaron sobre los camellos, se los llevaron, y a los criados los pasaron a cuchillo. Sólo yo pude escapar para traerte la noticia.» Todavía estaba éste hablando, cuando llegó otro que dijo: «Tus hijos y tus hijas estaban comiendo y bebiendo en casa del hermano mayor. De pronto sopló un fuerte viento del lado del desierto y sacudió las cuatro esquinas de la casa; y ésta se desplomó sobre los jóvenes, que perecieron. Sólo yo pude escapar para traerte la noticia.» Entonces Job se levantó, rasgó su manto, se rapó la cabeza, y postrado en tierra, dijo: «Desnudo salí del seno de mi madre, desnudo allá retornaré. Yahveh dio, Yahveh quitó: ¡Sea bendito el nombre de Yahveh!» En todo esto no pecó Job ni profirió la menor insensatez contra Dios. El día en que los Hijos de Dios venían a presentarse ante Yahveh, vino también entre ellos el Satán. Yahveh dijo al Satán: «¿De dónde vienes?» El Satán respondió a Yahveh: «De recorrer la tierra y pasearme por ella.» Y Yahveh dijo al Satán: «¿Te has fijado en mi siervo Job? ¡No hay nadie como él en la tierra: es un hombre cabal, recto, que teme a Dios y se aparta del mal! Aún persevera en su entereza, y bien sin razón me has incitado contra él para perderle.» Respondió el Satán a Yahveh: «¡Piel por piel! ¡Todo lo que el hombre posee lo da por su vida! Pero extiende tu mano y toca sus huesos y su carne; ¡Verás si no te maldice a la cara!» Y Yahveh dijo al Satán: «Ahí le tienes en tus manos; pero respeta su vida.» El Satán salió de la presencia de Yahveh, e hirió a Job con una llaga maligna desde la planta de los pies hasta la coronilla de la cabeza. Job tomó una tejoleta para rascarse, y fue a sentarse entre la basura. Entonces su mujer le dijo: «¿Todavía perseveras en tu entereza? ¡Maldice a Dios y muérete!» Pero él le dijo: «Hablas como una estúpida cualquiera. Si aceptamos de Dios el bien, ¿No aceptaremos el mal?» En todo esto no pecó Job con sus labios. Tres amigos de Job se enteraron de todos estos males que le habían sobrevenido, y vinieron cada uno de su país: Elifaz de Temán, Bildad de Súaj y Sofar de Naamat. Y juntos decidieron ir a condolerse y consolarle. Desde lejos alzaron sus ojos y no le reconocieron. Entonces rompieron a llorar a gritos. Rasgaron sus mantos y se echaron polvo sobre su cabeza. Luego se sentaron en el suelo junto a él, durante siete días y siete noches. Y ninguno le dijo una palabra, porque veían que el dolor era muy grande. Después de esto, abrió Job la boca y maldijo su día. Tomó Job la palabra y dijo: ¡Perezca el día en que nací, y la noche que dijo: «Un varón ha sido concebido!» El día aquel hágase tinieblas, no lo requiera Dios desde lo alto ni brille sobre él la luz. Lo reclamen tinieblas y sombras, un nublado se cierna sobre él, lo estremezca un eclipse. Sí, la oscuridad de él se apodere, no se añada a los días del año ni entre en la cuenta de los meses. Y aquella noche hágase inerte, impenetrable a los clamores de alegría. Maldíganla los que maldicen el día, los dispuestos a despertar a Leviatán. Sean tinieblas las estrellas de su aurora, la luz espere en vano, y no vea los párpados del alba. Porque no me cerró las puertas del vientre donde estaba ni ocultó a mis ojos el dolor. ¿Por qué no morí cuando salí del seno, o no expiré al salir del vientre? ¿Por qué me acogieron dos rodillas? ¿Por qué hubo dos pechos para que mamara? Pues ahora descansaría tranquilo, dormiría ya en paz, con los reyes y los notables de la tierra, que se construyen soledades; o con los príncipes que poseen oro y llenan de plata sus moradas. O ni habría existido, como aborto ocultado, como los fetos que no vieron la luz. Allí acaba la agitación de los malvados, allí descansan los exhaustos. También están tranquilos los cautivos, sin oír más la voz del capataz. Chicos y grandes son allí lo mismo, y el esclavo se ve libre de su dueño. ¿Para qué dar la luz a un desdichado, la vida a los que tienen amargada el alma, a los que ansían la muerte que no llega y excavan en su búsqueda más que por un tesoro, a los que se alegran ante el túmulo y exultan cuando alcanzan la tumba, a un hombre que ve cerrado su camino, y a quien Dios tiene cercado? Como alimento viene mi suspiro, como el agua se derraman mis lamentos. Porque si de algo tengo miedo, me acaece, y me sucede lo que temo. No hay para mí tranquilidad ni calma, no hay reposo: turbación es lo que llega. Elifaz de Temán tomó la palabra y dijo: Si se intentara hablarte, ¿Lo soportarías? Pero ¿Quién puede contener sus palabras? Mira, tú dabas lección a mucha gente, infundías vigor a las manos caídas; tus razones sostenían al que vacilaba, robustecías las rodillas endebles. Y ahora que otro tanto te toca, te deprimes, te alcanza el golpe a ti, y todo te turbas. ¿No es tu confianza la piedad, y tu esperanza tu conducta intachable? ¡Recuerda! ¿Qué inocente jamás ha perecido? ¿Dónde han sido los justos extirpados? Así lo he visto: los que labran maldad y siembran vejación, eso cosechan. Bajo el aliento de Dios perecen éstos, desaparecen al soplo de su ira. Ruge el león, brama la leona, mas los dientes de los leoncillos quedan rotos. Perece el león falto de presa, y los cachorros de la leona se dispersan. A mí se me ha dicho furtivamente una palabra, mi oído ha percibido su susurro. En las pesadillas por las visiones de la noche, cuando a los hombres el letargo invade, un temblor me entró, un escalofrío, que estremeció todos mis huesos. Se escurre un soplo por mi rostro, eriza los pelos de mi carne. Alguien surge, no puedo reconocer su cara; una imagen delante de mis ojos. Silencio, después oigo una voz: «¿Es justo ante Dios algún mortal? ¿Ante su Hacedor es puro un hombre? Si no se fía de sus mismos servidores, y aun a sus ángeles achaca desvarío, ¡Cuánto más a los que habitan estas casas de arcilla, ellas mismas hincadas en el polvo! Se les aplasta como a una polilla; de la noche a la mañana quedan pulverizados. Para siempre perecen sin advertirlo nadie; se les arranca la cuerda de su tienda, y mueren privados de sabiduría.» ¡Llama, pues! ¿Habrá quien te responda? ¿A cuál de los santos vas a dirigirte? En verdad el enojo mata al insensato, la pasión hace morir al necio. Yo mismo he visto al insensato echar raíces, y sin tardar he maldecido su morada: ¡Estén sus hijos lejos de toda salvación, sin defensor hollados en la Puerta! Su cosecha la devora un hambriento, pues Dios se la quita de los dientes, y los sedientos absorben su fortuna. No, no brota la iniquidad el polvo ni germina del suelo la aflicción. Es el hombre quien la aflicción engendra, como levantan el vuelo los hijos del relámpago. Yo por mí a Dios recurriría, expondría a Dios mi causa. Él es autor de obras grandiosas e insondables, de maravillas sin número. Él derrama la lluvia sobre la haz de la tierra, y envía las aguas a los campos. Para poner en alto a los postrados, y que los míseros a la salud se eleven, las tramas de los astutos desbarata, y sus manos no logran sus intrigas. Prende a los sabios en su astucia, el consejo de los sagaces se hace ciego. En pleno día tropiezan con tinieblas, a mediodía van a tientas cual si fuese de noche. Él salva al arruinado de sus fauces y al indigente de las manos del violento. Así el débil renace a la esperanza, y cierra su boca la injusticia. ¡Oh sí, feliz el hombre a quien corrige Dios! ¡No desprecies, pues, la lección de Sadday! Pues Él es el que hiere y el que venda la herida, el que llaga y luego cura con su mano; seis veces ha de librarte de la angustia, y a la séptima el mal no te alcanzará. Durante el hambre te salvará de la muerte, y en la guerra, del alcance de la espada. Estarás a cubierto del punzón de la lengua, sin miedo a la devastación, cuando se acerque. Te reirás de la sequía y de la helada, y no temerás a las bestias de la tierra. Pues con las piedras del campo harás alianza, la bestia salvaje vivirá en paz contigo. Sabrás que tu tienda está a cubierto, nada echarás en falta cuando revises tu morada. Sabrás que tu descendencia es numerosa, tus vástagos, como la hierba de la tierra. Llegarás a la tumba vigoroso, como se hacinan las gavillas a su tiempo. Todo esto es lo que hemos observado: y así es. A ti te toca escuchar y aprovecharte. Job tomó la palabra y dijo: ¡Ah, si pudiera pesarse mi aflicción, si mis males se pusieran en la balanza juntos! Pesarían más que la arena de los mares: por eso mis razones se desmandan. Pues las flechas de Sadday están en mí, mi espíritu bebe su veneno, y contra mí se alinean los terrores de Dios. ¿Rozna el onagro junto a la hierba verde? ¿Muge el buey junto al forraje? ¿Se come acaso lo insípido sin sal? en la clara del huevo ¿Hay algún gusto? Lo que aun tocar me repugnaba eso es ahora mi comida de enfermo. ¡Ojalá se realizara lo que pido, que Dios cumpliera mi esperanza, que él consintiera en aplastarme, que soltara su mano y me segara! Tendría siquiera este consuelo, exultaría de gozo en mis tormentos crueles, por no haber eludido los decretos del Santo. ¿Cuál es mi fuerza para que aún espere, qué fin me espera para que aguante mi alma? ¿Es mi fuerza la fuerza de la roca? ¿Es mi carne de bronce? ¿No está mi apoyo en una nada? ¿No se me ha ido lejos toda ayuda? El que retira la compasión al prójimo abandona el temor de Sadday. Me han defraudado mis hermanos lo mismo que un torrente, igual que el lecho de torrentes que pasan: turbios van de aguas de hielo, sobre ellos se disuelve la nieve; pero en tiempo de estiaje se evaporan, en cuanto hace calor se extinguen en su lecho. Por ellos las caravanas se apartan de su ruta, en el desierto se adentran y se pierden. Las caravanas de Temá los otean, en ellos esperan los convoyes de Sabá. Pero se ve corrida su confianza; al llegar junto a ellos se quedan confundidos. Así sois ahora vosotros para mí: veis algo horrible y os amedrentáis. ¿He dicho acaso: «Dadme algo, haced regalos por mí de vuestros bienes; arrancadme de la mano de un rival, de la mano de tiranos rescatadme?» Instruidme, que yo me callaré; hacedme ver en qué me he equivocado. ¡Qué dulces son las razones ecuánimes!, pero, ¿Qué es lo que critican vuestras críticas? ¿Intentáis criticar sólo palabras, dichos desesperados que se lleva el viento? ¡Vosotros echáis a suerte al mismo huérfano, especuláis con vuestro propio amigo! Y ahora, por favor, volveos a mí, que no he de mentiros a la cara. ¡Tornad, pues, que no haya entuerto! ¡Tornad, que está en juego mi justicia! ¿Hay entuerto en mis labios? ¿No distingue mi paladar las cosas malas? ¿No es una milicia lo que hace el hombre en la tierra? ¿No son jornadas de mercenario sus jornadas? Como esclavo que suspira por la sombra, o como jornalero que espera su salario, así meses de desencanto son mi herencia, y mi suerte noches de dolor. Al acostarme, digo: «¿Cuándo llegará el día?» Al levantarme: «¿Cuándo será de noche?», y hasta el crepúsculo ahíto estoy de sobresaltos. Mi carne está cubierta de gusanos y de costras terrosas, mi piel se agrieta y supura. Mis días han sido más raudos que la lanzadera, han desaparecido al acabarse el hilo. Recuerda que mi vida es un soplo, que mis ojos no volverán a ver la dicha. El ojo que me miraba ya no me verá, pondrás en mí tus ojos y ya no existiré. Una nube se disipa y pasa, así el que baja al seol no sube más. No regresa otra vez a su casa, no vuelve a verle su lugar. Por eso yo no he de contener mi boca, hablaré en la angustia de mi espíritu, me quejaré en la amargura de mi alma. ¿Acaso soy yo el Mar, soy el monstruo marino, para que pongas guardia contra mí? Si digo: «Mi cama me consolará, compartirá mi lecho mis lamentos», con sueños entonces tú me espantas, me sobresaltas con visiones. ¡Preferiría mi alma el estrangulamiento, la muerte más que mis dolores! Ya me disuelvo, no he de vivir por siempre; ¡Déjame ya; sólo un soplo son mis días! ¿Qué es el hombre para que tanto de él te ocupes, para que pongas en él tu corazón, para que le escrutes todas las mañanas y a cada instante le escudriñes? ¿Cuándo retirarás tu mirada de mí? ¿No me dejarás ni el tiempo de tragar saliva? Si he pecado, ¿Qué te he hecho a ti, oh guardián de los hombres? ¿Por qué me has hecho blanco tuyo? ¿Por qué te sirvo de cuidado? ¿Y por qué no toleras mi delito y dejas pasar mi falta? Pues ahora me acostaré en el polvo, me buscarás y ya no existiré. Bildad de Súaj tomó la palabra y dijo: ¿Hasta cuándo estarás hablando de ese modo, y un gran viento serán las razones de tu boca? ¿Acaso Dios tuerce el derecho, Sadday pervierte la justicia? Si tus hijos pecaron contra él, ya los dejó a merced de sus delitos. Mas si tú a Dios recurres e imploras a Sadday, si eres irreprochable y recto, desde ahora él velará sobre ti y restaurará tu morada de justicia. Tu pasado parecerá insignificante el lado de tu espléndido futuro. Pregunta, si no, a la generación pasada, medita en la experiencia de sus padres. Nosotros de ayer somos y no sabemos nada, como una sombra nuestros días en la tierra. Pero ellos te instruirán y te hablarán, y de su corazón sacarán estas máximas: «¿Brota acaso el papiro sin marismas? ¿Crece sin agua el junco? Aún en su verdor, sin ser cortado, antes que toda otra hierba se marchita. Tal es el fin de los que a Dios olvidan, así fenece la esperanza del impío. Su confianza es un hilo solamente, su seguridad una tela de araña. Se apoya en su morada, y no le aguanta, se agarra a ella y no resiste. Bien regado ante la faz del Sol, por encima de su huerto salían sus renuevos. Sobre un majano entrelazadas sus raíces, vivía en una casa de piedra. Mas cuando se le arranca de su sitio, éste le niega: “¡No te he visto jamás!” Y vedle ya cómo se pudre en el camino, mientras que del suelo brotan otros.» No, Dios no rechaza al íntegro ni da la mano a los malvados. La risa ha de llenar aún tu boca y tus labios el clamor de júbilo. Tus enemigos serán cubiertos de vergüenza, y desaparecerá la tienda de los malos. Job tomó la palabra y dijo: Bien sé yo, en verdad, que es así: ¿Cómo ante Dios puede ser justo un hombre? A quien pretenda litigar con Él, no le responderá ni una vez entre mil. Entre los más sabios, entre los más fuertes, ¿Quién le hizo frente y salió bien librado? Él traslada los montes sin que se den cuenta, y los zarandea en su furor. Él sacude la tierra de su sitio, y se tambalean sus columnas. A su veto el Sol no se levanta, y pone un sello a las estrellas. Él solo desplegó los Cielos, y holló la espalda de la Mar. Él hizo la Osa y Orión, las Cabrillas y las Cámaras del Sur. Es autor de obras grandiosas, insondables, de maravillas sin número. Si pasa junto a mí, yo no le veo, si se desliza, no le advierto. Si en algo hace presa, ¿Quién le estorbará? ¿Quién le dirá: «¿Qué es lo que haces?» Dios no cede en su cólera: bajo Él quedan postrados los esbirros de Ráhab. ¡Cuánto menos podré yo defenderme y rebuscar razones frente a él! Aunque tuviera razón, no hallaría respuesta, ¡A mi Juez tendría que suplicar! Y aunque le llame y me responda, aún no creo que escuchará mi voz. ¡Él, que me aplasta por un pelo, que multiplica sin razón mis heridas, y ni aliento recobrar me deja, sino que me harta de amargura! Si se trata de fuerza, ¡Es Él el Poderoso! Si de justicia, ¿Quién le emplazará? Si me creo justo, su boca me condena, si intachable, me declara perverso. ¿Soy intachable? ¡Ni yo mismo me conozco, y desprecio mi vida! Pero todo da igual, y por eso digo: Él extermina al intachable y al malvado. Si un azote acarrea la muerte de improviso, Él se ríe de la angustia de los inocentes. En un país sujeto al poder de un malvado, Él pone un velo en el rostro de sus jueces: si no es Él, ¿Quién puede ser? Mis días han sido más raudos que un correo, se han ido sin ver la dicha. Se han deslizado lo mismo que canoas de junco, como águila que cae sobre la presa. Si digo: «Voy a olvidar mis quejas, mudaré de semblante para ponerme alegre», me asalta el temor de todos mis pesares, pues sé que tú no me tendrás por inocente. Y si me he hecho culpable, ¿Para qué voy a fatigarme en vano? Aunque me lave con jabón, y limpie mis manos con lejía, Tú me hundes en el lodo, y mis propios vestidos tienen horror de mí. Que Él no es un hombre como yo, para que le responda, para comparecer juntos en juicio. No hay entre nosotros árbitro que ponga su mano entre los dos, y que de mí su vara aparte para que no me espante su terror. Pero hablaré sin temerle, pues yo no soy así para mí mismo. Asco tiene mi alma de mi vida: derramaré mis quejas sobre mí, hablaré en la amargura de mi alma. Diré a Dios: ¡No me condenes, hazme saber por qué me enjuicias! ¿Acaso te está bien mostrarte duro, menospreciar la obra de tus manos, y el plan de los malvados avalar? ¿Tienes Tú ojos de carne? ¿Como ve un mortal, ves Tú? ¿Son tus días como los de un mortal? ¿Tus años como los días de un hombre?, ¡Para que andes rebuscando mi falta, inquiriendo mi pecado, aunque sabes muy bien que yo no soy culpable, y que nadie puede de tus manos librar! Tus manos me formaron, me plasmaron, ¡Y luego, en arrebato, quieres destruirme! Recuerda que me hiciste como se amasa el barro, y que al polvo has de devolverme. ¿No me vertiste como leche y me cuajaste como queso? De piel y de carne me vestiste y me tejiste de huesos y de nervios. Luego con la vida me agraciaste y tu solicitud cuidó mi aliento. Y algo más todavía guardabas en tu corazón, sé lo que aún en tu mente quedaba: el vigilarme por si peco. Y no verme inocente de mi culpa. Si soy culpable, ¡Desgraciado de mí! y si soy inocente, no levanto la cabeza, ¡Yo saturado de ignominia, borracho de aflicción! Y si la levanto, como un león me das caza, y repites tus proezas a mi costa. Contra mí tu hostilidad renuevas, redoblas tu saña contra mí; sin tregua me asaltan tus tropas de relevo. ¿Para qué me sacaste del seno? Habría muerto sin que me viera ningún ojo; sería como si no hubiera existido, del vientre se me habría llevado hasta la tumba. ¿No son bien poco los días de mi existencia? Apártate de mí para gozar de un poco de consuelo, antes que me vaya, para ya no volver, a la tierra de tinieblas y de sombra, tierra de oscuridad y de desorden, donde la misma claridad es como la calígine. Sofar de Naamat tomó la palabra y dijo: ¿No habrá respuesta para el charlatán? ¿Por ser locuaz se va a tener razón? ¿Tu palabrería hará callar a los demás? ¿te mofarás sin que nadie te confunda? Tú has dicho: «Es pura mi conducta, a tus ojos soy irreprochable.» ¡Ojalá Dios hablara, que abriera sus labios para responderte y te revelara los arcanos de la Sabiduría que desconciertan toda sagacidad! Sabrías entonces que Dios olvida aún parte de tu culpa. ¿Pretendes alcanzar las honduras de Dios, llegar hasta la perfección de Sadday? Más alta es que los cielos: ¿Qué harás tú? más honda que el seol: ¿Qué puedes tú saber? Más larga que la tierra su amplitud, y más ancha que el mar. Si Él interviene, encarcela y cita a juicio, ¿Quién se lo impedirá? Porque Él conoce a los hombres de engaño, ve la iniquidad y atiende a ella. El insensato se hará cuerdo cuando un pollino de onagro nazca hombre. Pero si tú tu corazón arreglas y tiendes tus palmas hacia Él, si alejas la iniquidad que hay en tu mano y no dejas que more en tus tiendas la injusticia, entonces alzarás tu frente limpia, te sentirás firme y sin temor. Dejarás tu infortunio en el olvido como agua pasada lo recordarás. Y más radiante que el mediodía surgirá tu existencia, como la mañana será la oscuridad. Vivirás seguro porque habrá esperanza, aun después de confundido te acostarás tranquilo. Cuando descanses, nadie te turbará, y adularán muchos tu rostro. Mas los ojos de los malvados languidecen, todo refugio les fracasa; su esperanza es el último suspiro. Job tomó la palabra y dijo: En verdad, vosotros sois el pueblo, con vosotros la Sabiduría morirá. Yo también sé pensar como vosotros, no os cedo en nada: ¿A quién se le ocultan esas cosas? La irrisión de su amigo, eso soy yo, cuando grito hacia Dios para obtener repuesta. ¡Irrisión es el justo perfecto! «¡Al infortunio, el desprecio! - opinan los dichosos -; ¡Un golpe más a quien vacila!» Mientras viven en paz las tiendas de los salteadores, en plena seguridad los que irritan a Dios, los que meten a Dios en su puño! Pero interroga a las bestias, que te instruyan, a las aves del cielo, que te informen. Te instruirán los reptiles de la tierra, te enseñarán los peces del mar. Pues entre todos ellos, ¿Quién ignora que la mano de Dios ha hecho esto? Él, que tiene en su mano el alma de todo ser viviente y el soplo de toda carne de hombre. ¿No es el oído el que aprecia los discursos, como el paladar saborea los manjares? ¿No está entre los ancianos el saber, en los muchos años la inteligencia? Pero con Él sabiduría y poder, de Él la inteligencia y el consejo. Si Él destruye, no se puede edificar; si a alguno encierra, no se puede abrir. Si retiene las aguas, sobreviene sequía, si las suelta, avasallan la tierra. Con Él la fuerza y la agudeza; suyos son seducido y seductor. A los consejeros hace Él andar descalzos, y entontece a los jueces. Desata la banda de los reyes y les pasa una soga por los lomos. Hace andar descalzos a los sacerdotes y derriba a los que están más firmes. Quita el habla a los más hábiles y a los ancianos arrebata el juicio. Sobre los nobles vierte el menosprecio y suelta la correa de los fuertes. Revela la profundidad de las tinieblas, y saca a la luz la sombra. Levanta a las naciones y luego las destruye, ensancha a los pueblos y luego los suprime. Quita el ánimo a los jefes del país, los hace vagar por desierto sin camino; y andan a tientas en tinieblas, sin luz, se tambalean como un ebrio. ¡Oh!, mis ojos han visto todo esto, mis orejas lo han oído y entendido. Sí, yo lo sé tan bien como vosotros, no os cedo en nada. Pero es a Sadday a quien yo hablo, a Dios quiero hacer mis réplicas. Vosotros no sois más que charlatanes, curanderos todos de quimeras. ¡Oh, si os callarais la boca! sería eso vuestra sabiduría. Oíd mis descargos, os lo ruego, atended a la defensa de mis labios. ¿En defensa de Dios decís falsía, y por su causa razones mentirosas? ¿Así lucháis en su favor y de Dios os hacéis abogados? ¿No convendría que Él os sondease? ¿Jugaréis con Él como se juega con un hombre? Él os dará una severa corrección, si en secreto hacéis favor a alguno. ¿Su majestad no os sobrecoge, no os impone su terror? Máximas de ceniza son vuestras sentencias, vuestras réplicas son réplicas de arcilla. ¡Dejad de hablarme, porque voy a hablar yo, venga lo que viniere! Tomo mi carne entre mis dientes, pongo mi alma entre mis manos. Él me puede matar: no tengo otra esperanza que defender mi conducta ante su faz. Y esto mismo será mi salvación, pues un impío no comparece en su presencia. Escuchad, escuchad mis palabras, prestad oído a mis declaraciones. Mirad: un proceso he preparado, consciente de que tengo razón. ¿Quién es el que quiere litigar conmigo? ¡Pues desde ahora acepto callar y perecer! Sólo dos cosas te pido que me ahorres, y no me esconderé de tu presencia: que retires tu mano que pesa sobre mí, y no me espante tu terror. Arguye tú y yo responderé; o bien yo hablaré y tú contestarás. ¿Cuántas son mis faltas y pecados? ¡Mi delito, mi pecado, házmelos saber! ¿Por qué tu rostro ocultas y me tienes por enemigo tuyo? ¿Quieres asustar a una hoja que se lleva el viento, perseguir una paja seca? Pues escribes contra mí amargos fallos, me imputas las faltas de mi juventud; pones mis pies en cepos, vigilas mis pasos todos y mides la huella de mis pies. Y Él se deshace cual leño carcomido, como vestido que roe la polilla, el hombre, nacido de mujer, corto de días y harto de tormentos. Como la flor, brota y se marchita, y huye como la sombra sin pararse. ¡Y sobre un ser tal abres Tú los ojos, le citas a juicio frente a ti! Mas ¿Quién podrá sacar lo puro de lo impuro? ¡Ninguno! Si es que están contados ya sus días, si te es sabida la cuenta de sus meses, si un límite le has fijado que no franqueará, aparta de él tus ojos, déjale, hasta que acabe, como un jornalero, su jornada. Una esperanza guarda el árbol: si es cortado, aún puede retoñar, y no dejará de echar renuevos. Incluso con raíces en tierra envejecidas, con un tronco que se muere en el polvo, en cuanto siente el agua, reflorece y echa ramaje como una planta joven. Pero el hombre que muere queda inerte, cuando un humano expira, ¿Dónde está? Podrán agotarse las aguas del mar, sumirse los ríos y secarse, que el hombre que yace no se levantará, se gastarán los cielos antes que se despierte, antes que surja de su sueño. ¡Ojalá en el seol Tú me guardaras, me escondieras allí mientras pasa tu cólera, y una tregua me dieras, para acordarte de mí luego - pues, muerto el hombre, ¿Puede revivir? - todos los días de mi milicia esperaría, hasta que llegara mi relevo! Me llamarías y te respondería; reclamarías la obra de tus manos. En lugar de contar mi pasos, como ahora, no te cuidarías más de mis pecados; dentro de un saco se sellaría mi delito, y blanquearías mi falta. Ay, como el monte acabará por derrumbarse, la roca cambiará de sitio, las aguas desgastarán las piedras, inundará una llena los terrenos, así aniquilas Tú la esperanza del hombre. Le aplastas para siempre, y se va, desfiguras su rostro y le despides. Que sean honrados sus hijos, no lo sabe; que sean despreciados, no se entera. Tan solo por él sufre su carne, sólo por él se lamenta su alma. Elifaz de Temán tomó la palabra y dijo: ¿Responde un sabio con una ciencia de aire, hincha su vientre de solano, replicando con palabras vacías, con discursos inútiles? ¡Tú llegas incluso a destruir la piedad, a anular los piadosos coloquios ante Dios! Ya que tu culpa inspira tus palabras, y eliges el hablar de los astutos, tu propia boca te condena, que no yo, tus mismos labios atestiguan contra ti. ¿Has nacido tú el primero de los hombres? ¿Se te dio a luz antes que a las colinas? ¿Escuchas acaso los secretos de Dios? ¿Acaparas la sabiduría?! ¿Qué sabes tú, que nosotros no sepamos? ¿Qué comprendes, que a nosotros se escape? ¡También entre nosotros hay un cano, un anciano, más cargado de días que tu padre! ¿Te parecen poco los consuelos divinos, y una palabra que con dulzura se te dice? ¡Cómo te arrebata el corazón, qué aviesos son tus ojos, cuando revuelves contra Dios tu furia y echas palabras por la boca! ¿Cómo puede ser puro un hombre? ¿Cómo ser justo el nacido de mujer? Si ni en sus santos tiene Dios confianza, y ni los cielos son puros a sus ojos, ¡Cuánto menos un ser abominable y corrompido, el hombre, que bebe la iniquidad como agua! Voy a instruirte, escúchame, voy a contarte lo que he visto, lo que transmiten los sabios, sin pasar por alto nada de sus padres, - a ellos solos les fue dada la tierra, sin que se mezclara extranjero entre ellos -: «Todos sus días vive el malvado en tormento, contados están los años asignados al tirano. Grito de espanto resuena en sus oídos, en plena paz el bandido le asalta. No espera escapar a las tinieblas, y se ve destinado a la espada. Asignado como pasto de los buitres, sabe que su ruina es inminente. La hora de las tinieblas le espanta, la ansiedad y la angustia le invaden, como un rey pronto al asalto. ¡Alzaba él su mano contra Dios, se atrevía a retar a Sadday! Embestía contra Él, el cuello tenso, tras las macizas gibas de su escudo; porque tenía el rostro cubierto de grasa, en sus ijadas había echado sebo, y habitaba ciudades destruidas, casas inhabitadas que amenazaban convertirse en ruinas. No se enriquecerá, no será estable su fortuna, su sombra no cubrirá la tierra, (ni escapará a las tinieblas). Agotará sus renuevos la llama, su flor será barrida por el viento. No se fíe de su elevada talla, pues vanidad es su follaje. Se amustiará antes de tiempo, y sus ramas no reverdecerán. Sacudirá como la viña sus agraces, como el olivo dejará caer su flor. Sí, es estéril la ralea del impío, devora el fuego la tienda del soborno. Quien concibe dolor, desgracia engendra, su vientre incuba decepción» Job tomó la palabra y dijo: ¡He oído muchas cosas como ésas! ¡Consoladores funestos sois todos vosotros! «¿No acabarán esas palabras de aire?» O: «¿Qué es lo que te pica para responder?» También yo podría hablar como vosotros, si estuvierais en mi lugar; contra vosotros ordenaría discursos, meneando por vosotros mi cabeza; os confortaría con mi boca, y no dejaría de mover los labios. Mas si hablo, no cede mi dolor, y si callo, ¿Acaso me perdona? Ahora me tiene ya extenuado; tú has llenado de horror a toda la reunión que me acorrala; mi calumniador se ha hecho mi testigo, se alza contra mí, a la cara me acusa; su furia me desgarra y me persigue, rechinando sus dientes contra mí. Mis adversarios aguzan sobre mí sus ojos, abren su boca contra mí. Ultrajándome hieren mis mejillas, a una se amotinan contra mí. A injustos Dios me entrega, me arroja en manos de malvados. Estaba yo tranquilo cuando él me golpeó, me agarró por la nuca para despedazarme. Me ha hecho blanco suyo: me cerca con sus tiros, traspasa mis entrañas sin piedad y derrama por tierra mi hiel. Abre en mí brecha sobre brecha, irrumpe contra mí como un guerrero. Yo he cosido un sayal sobre mi piel, he hundido mi frente en el polvo. Mi rostro ha enrojecido por el llanto, la sombra mis párpados recubre. Y eso que no hay en mis manos violencia, y mi oración es pura. ¡Tierra, no cubras tú mi sangre, y no quede en secreto mi clamor! Ahora todavía está en los cielos mi testigo, allá en lo alto está mi defensor, que interpreta ante Dios mis pensamientos; ante Él fluyen mis ojos: ¡Oh, si él juzgara entre un hombre y Dios, como entre un mortal y otro mortal! Pues mis años futuros son contados, y voy a emprender el camino sin retorno. Mi aliento se agota, mis días se apagan sólo me queda el cementerio. ¿No estoy a merced de las burlas, y en amarguras pasan mis ojos las noches? Coloca, pues, mi fianza junto a ti, ¿Quién, si no, querrá chocar mi mano? Tú has cerrado su mente a la razón, por eso ninguna mano se levanta. Como el que anuncia a sus amigos un reparto, cuando languidecen los ojos de sus hijos, me he hecho yo proverbio de las gentes, alguien a quien escupen en la cara. Mis ojos se apagan de pesar, mis miembros se desvanecen como sombra. Los hombres rectos quedan de ello asombrados, contra el impío se indigna el inocente; el justo se afianza en su camino, y el de manos puras redobla su energía. Pero, vosotros todos, volved otra vez, ¡No hallaré un solo sabio entre vosotros! Mis días han pasado con mis planes, se han deshecho los deseos de mi corazón. Algunos hacen de la noche día: se acercaría la luz que ahuyenta las tinieblas. Mas ¿Qué espero? Mi casa es el seol, en las tinieblas extendí mi lecho. Y grito a la fosa: «¡Tú mi padre!», a los gusanos: «¡Mi madre y mis hermanos!» ¿Dónde está, pues, mi esperanza? y mi felicidad ¿Quién la divisa? ¿Van a bajar conmigo hasta el seol? ¿Nos hundiremos juntos en el polvo? Bildad de Súaj tomó la palabra y dijo: ¿Cuándo pondréis freno a las palabras? Reflexionad, y después hablaremos. ¿Por qué hemos de ser tenidos como bestias, y a vuestros ojos somos impuros? Oh tú, que te desgarras en tu cólera, ¿La tierra acaso quedará por ti desierta, se moverá la roca de su sitio? Sí, la luz del malvado ha de apagarse, ya no brillará su ardiente llama. La luz en su tienda se oscurece, de encima de él se apaga la candela. Se acortan sus pasos vigorosos, le pierde su propio consejo. Porque sus pies le meten en la red, entre mallas camina. Por el talón le apresa un lazo, el cepo se cierra sobre él. Oculto en la tierra hay un nudo para él, una trampa le espera en el sendero. Por todas partes le estremecen terrores, y le persiguen paso a paso. El hambre es su cortejo, la desgracia se adhiere a su costado. Devora el mal su piel, el Primogénito de la Muerte roe sus miembros. Se le arranca del seguro de su tienda, se le lleva donde el Rey de los terrores. Se ocupa su tienda, ya no suya, se esparce azufre en su morada. Por abajo se secan sus raíces, por arriba se amustia su ramaje. Su recuerdo desaparece de la tierra, no le queda nombre en la comarca. Se le arroja de la luz a las tinieblas, del orbe se le expulsa. Ni prole ni posteridad tiene en su pueblo, ningún superviviente en sus moradas. De su fin se estremece el Occidente, y el Oriente queda preso de terror. Tan sólo esto son las moradas del impío, tal el lugar del que a Dios desconoce. Job tomó la palabra y dijo: ¿Hasta cuándo afligiréis mi alma y a palabras me acribillaréis? Ya me habéis insultado por diez veces, me habéis zarandeado sin reparo. Aunque de hecho hubiese errado, en mí solo quedaría mi yerro. Si es que aún queréis triunfar de mí y mi oprobio reprocharme, sabed ya que es Dios quien me hace entuerto, y el que en su red me envuelve. Si grito: ¡Violencia!, no obtengo respuesta; por más que apelo, no hay justicia. Él ha vallado mi ruta para que yo no pase, ha cubierto mis senderos de tinieblas. Me ha despojado de mi gloria, ha arrancado la corona de mi frente. Por todas partes me mina y desaparezco, arranca como un árbol mi esperanza. Enciende su ira contra mí, me considera su enemigo. En masa sus huestes han llegado, su marcha de asalto han abierto contra mí, han puesto cerco a mi tienda. A mis hermanos ha alejado de mí, mis conocidos tratan de esquivarme. Parientes y deudos ya no tengo, los huéspedes de mi casa me olvidaron. Por un extraño me tienen mis criadas, soy a sus ojos un desconocido. Llamo a mi criado y no responde, aunque le implore con mi propia boca. Mi aliento repele a mi mujer, fétido soy para los hijos de mi vientre. Hasta los chiquillos me desprecian, si me levanto, me hacen burla. Tienen horror de mí todos mis íntimos, los que yo más amaba se han vuelto contra mí. Bajo mi piel mi carne cae podrida, mis huesos se desnudan como dientes. ¡Piedad, piedad de mí, vosotros mis amigos, que es la mano de Dios la que me ha herido! ¿Por qué os cebáis en mí como hace Dios, y no os sentís ya ahítos de mi carne? ¡Ojalá se escribieran mis palabras, ojalá en monumento se grabaran, y con punzón de hierro y buril, para siempre en la roca se esculpieran! Yo sé que mi Defensor está vivo, y que Él, el último, se levantará sobre el polvo. Tras mi despertar me alzará junto a él, y con mi propia carne veré a Dios. Yo, sí, yo mismo le veré, mis ojos le mirarán, no ningún otro. ¡Dentro de mí languidecen mis entrañas! Y si vosotros decís: «¿Cómo atraparle, qué pretexto hallaremos contra él?», temed la espada por vosotros mismos, pues la ira se encenderá contra las culpas y sabréis que hay un juicio. Sofar de Naamat tomó la palabra y dijo: Por esto mis pensamientos a replicar me incitan: por la impaciencia que me urge. Una lección que me ultraja he escuchado, mas el soplo de mi inteligencia me incita a responder. ¿No sabes tú que desde siempre, desde que el hombre en la tierra fue puesto, es breve la alegría del malvado, y de un instante el gozo del impío? Aunque su talla se alzara hasta los cielos y las nubes tocara su cabeza, como un fantasma desaparece para siempre, los que le veían dicen: «¿Dónde está?» Se vuela como un sueño inaprensible, se le ahuyenta igual que a una visión nocturna. El ojo que le observaba ya no le ve más ni le divisa el lugar donde estaba. A los pobres tendrán que indemnizar sus hijos, sus niños habrán de devolver sus bienes. Sus huesos rebosaban de vigor juvenil: mas ya con él postrado está en el polvo. Si el mal era dulce a su boca, si bajo su lengua lo albergaba, si allí lo guardaba tenazmente y en medio del paladar lo retenía, su alimento en sus entrañas se corrompe, en su interior se le hace hiel de áspid. Vomita las riquezas que engulló, Dios se las arranca de su vientre. Veneno de áspides chupaba: lengua de víbora le mata. Ya no verá los arroyos de aceite, los torrentes de miel y de cuajada. Devuelve su ganancia sin tragarla, no saborea el fruto de su negocio. Porque estrujó las chozas de los pobres, robó casas en vez de construirlas; porque su vientre se mostró insaciable, sus tesoros no le salvarán; porque a su voracidad nada escapaba, por eso no dura su prosperidad. En plena abundancia la estrechez le sorprende, la desgracia, en tromba, cae sobre él. En el momento de llenar su vientre, suelta Dios contra él el ardor de su cólera y lanza sobre su carne una lluvia de saetas. Si del arma de hierro logra huir, el arco de bronce le traspasa. Sale una flecha por su espalda, una hoja fulgurante de su hígado. Los terrores se abalanzan sobre él, total tiniebla aguarda a sus tesoros. Un fuego que nadie atiza le devora, y consume lo que en su tienda aún queda. Los cielos ponen su culpa al descubierto, y la tierra se alza contra él. La hacienda de su casa se derrama, como torrentes, en el día de la cólera. Tal es la suerte que al malvado Dios reserva, la herencia de Dios para el maldito. Job tomó la palabra y dijo: Escuchad, escuchad mis razones, dadme siquiera este consuelo. Tened paciencia mientras hablo yo, cuando haya hablado, os podréis burlar. ¿Acaso me quejo yo de un hombre? ¿Por qué entonces no he de ser impaciente? Volved hacia mí: quedaréis espantados y la mano pondréis en vuestra boca. Que yo mismo me horrorizo al recordarlo, y mi carne es presa de un escalofrío. ¿Por qué siguen viviendo los malvados, envejecen y aún crecen en poder? Su descendencia ante ellos se afianza, sus vástagos se afirman a su vista. En paz sus casas, nada temen, la vara de Dios no cae sobre ellos. Su toro fecunda sin marrar, sin abortar su vaca pare. Dejan correr a sus niños como ovejas, sus hijos brincan como ciervos. Cantan con arpa y cítara, al son de la flauta se divierten. Acaban su vida en la ventura, en paz descienden al seol. Y con todo, a Dios decían: «¡Lejos de nosotros, no queremos conocer tus caminos! ¿Qué es Sadday para que le sirvamos, qué podemos ganar con aplacarle?» ¿No está en sus propias manos su ventura, aunque el consejo de los malos quede lejos de Dios? ¿Cuántas veces la lámpara de los malos se apaga, su desgracia irrumpe sobre ellos, y él reparte dolores en su cólera? ¿Son como paja ante el viento, como tamo que arrebata un torbellino? ¿Va a guardar Dios para sus hijos su castigo? ¡Que le castigue a él, para que sepa! ¡Vea su ruina con sus propios ojos, beba de la furia de Sadday! ¿Qué le importa la suerte de su casa, después de él, cuando se haya cortado la cuenta de sus meses? Pero, ¿Se enseña a Dios la ciencia? ¡Si es Él quien juzga a los seres más excelsos! Hay quien muere en su pleno vigor, en el colmo de la dicha y de la paz, repletos de grasa su ijares, bien empapado el meollo de sus huesos. Y hay quien muere, la amargura en el alma, sin haber gustado la ventura. Juntos luego se acuestan en el polvo, y los gusanos los recubren. ¡Oh, sé muy bien lo que pensáis, las malas ideas que os formáis sobre mí! «¿Dónde está, os decís, la casa del magnate? ¿Dónde la tienda que habitaban los malos?» ¿No habéis interrogado a los viandantes? ¿No os han pasmado los casos que refieren? Que el malo es preservado en el día del desastre, en el día de los furores queda a salvo. Pues, ¿Quién le echa en cara su conducta y le da el merecido de su obras? Cuando es llevado al cementerio, sobre el mausoleo hace vela. Dulces le son los terrones del torrente, y detrás de él desfila todo el mundo. ¿Cómo, pues, me consoláis tan en vano? ¡Pura falacia son vuestras respuestas! Elifaz de Temán tomó la palabra y dijo: ¿Acaso a Dios puede un hombre ser útil? ¡Sólo a sí mismo es útil el sensato! ¿Tiene algún interés Sadday por tu justicia? ¿Gana algo con que seas intachable? ¿Acaso por tu piedad Él te corrige y entra en juicio contigo? ¿No será más bien por tu mucha maldad, por tus culpas sin límite? Porque exigías sin razón prendas a tus hermanos, arrancabas a los desnudos sus vestidos, no dabas agua al sediento, al hambriento le negabas el pan; como hombre fuerte que hace suyo el país, y, rostro altivo, se sitúa en él, despachabas a las viudas con las manos vacías y quebrabas los brazos de los huérfanos. Por eso los lazos te aprisionan y te estremece un pavor súbito. La luz se hace tiniebla, y ya no ves, y una masa de agua te sumerge. ¿No está Dios en lo alto de los cielos? ¡Mira la cabeza de las estrellas, qué altas! Y tú has dicho: «¿Qué conoce Dios? ¿Discierne acaso a través del nublado? Un velo opaco son las nubes para él, y anda por el contorno de los cielos.» ¿Vas a seguir tú la ruta antigua que anduvieron los hombres perversos? Antes de tiempo fueron aventados, cuando un río arrasó sus cimientos. Los que decían a Dios: «¡Apártate de nosotros! ¿Qué puede hacernos Sadday?» Y era él el que colmaba sus casas de ventura, aunque el consejo de los malos seguía lejos de él. Al verlo los justos se recrean, y de ellos hace burla el inocente: «¡Cómo acabó nuestro adversario! ¡El fuego ha devorado su opulencia!». Reconcíliate con él y haz la paz: así tu dicha te será devuelta. Recibe de su boca la enseñanza, pon sus palabras en tu corazón. Si vuelves a Sadday con humildad, si alejas de tu tienda la injusticia, si tiras al polvo el oro, el Ofir a los guijarros del torrente, Sadday se te hará lingotes de oro y plata a montones para ti. Tendrás entonces en Sadday tus delicias y hacia Dios levantarás tu rostro. Él escuchará cuando le invoques, y podrás cumplir tus votos. Todo lo que emprendas saldrá bien, y por tus caminos brillará la luz. Porque Él abate el orgullo de los grandes, y salva al que baja los ojos. Él libra al inocente; si son tus manos puras, serás salvo. Job tomó la palabra y dijo: Todavía mi queja es una rebelión; su mano pesa sobre mi gemido. ¡Quién me diera saber encontrarle, poder llegar a su morada! Un proceso abriría delante de él, llenaría mi boca de argumentos. Sabría las palabras de su réplica, comprendería lo que me dijera. ¿Precisaría gran fuerza para disputar conmigo? No, tan sólo tendría que prestarme atención. Reconocería en su adversario a un hombre recto, y yo me libraría de mi juez para siempre. Si voy hacia el oriente, no está allí; si al occidente, no le advierto. Cuando le busco al norte, no aparece, y tampoco le veo si vuelvo al mediodía. Pero Él mis pasos todos sabe: ¡Probado en el crisol, saldré oro puro! Mi pie se ha adherido a su paso, he guardado su ruta sin desvío; del mandato de sus labios no me aparto, he albergado en mi seno las palabras de su boca. Mas Él decide, ¿Quién le hará retractarse? Lo que su alma ha proyectado lleva a término. Así ejecutará mi sentencia, como tantas otras decisiones suyas. Por eso estoy, ante Él, horrorizado, y cuanto más lo pienso, más me espanta. Dios me ha enervado el corazón, Sadday me ha aterrorizado. Pues no he desaparecido en las tinieblas, pero Él ha cubierto de oscuridad mi rostro. ¿Por qué Sadday no se reserva tiempos, y los que le conocen no contemplan sus días? Los malvados remueven los mojones, roban el rebaño y su pastor. Se llevan el asno de los huérfanos, toman en prenda el buey de la viuda. Los mendigos tienen que retirarse del camino, a una se ocultan los pobres del país. Como onagros del desierto salen a su tarea, buscando presa desde el alba, y a la tarde, pan para sus crías. Cosechan en el campo del inicuo, vendimian la viña del malvado. Pasan la noche desnudos, sin vestido, sin cobertor contra el frío. Calados por el turbión de las montañas, faltos de abrigo, se pegan a la roca. Al huérfano se le arranca del pecho, se toma en prenda al niño del pobre. Desnudos andan, sin vestido; hambrientos, llevan las gavillas. Pasan el mediodía entre dos paredes, pisan los lagares y no quitan la sed. Desde la ciudad gimen los que mueren, el herido de muerte pide auxilio, ¡Y Dios sigue sordo a la oración! Otros hay rebeldes a la luz: no reconocen sus caminos ni frecuentan sus senderos. Aún no es de día cuando el asesino se levanta para matar al pobre y al menesteroso. Por la noche merodea el ladrón. El ojo del adúltero el crepúsculo espía: «Ningún ojo - dice - me divisa», y cubre su rostro con un velo. Las casas perfora en las tinieblas. Durante el día se ocultan los que no quieren conocer la luz. Para todos ellos la mañana es sombra, porque sufren entonces sus terrores. No es más que una paja sobre el agua, su hacienda es maldita en el país, nadie toma el camino de su viña. Como el calor de sequía arrebata el agua de nieve, así el seol al que ha pecado. El seno que le formó se olvida de él, y su nombre no se recuerda más. Así la iniquidad es desgajada como un árbol. Maltrataba a la estéril, la que no da a luz, y a la viuda no trataba bien. Pero Aquel que agarra con su fuerza a los tiranos se levanta, y va el otro no cuenta con la vida. Le dejaba apoyarse con seguridad, pero sus ojos vigilaban sus caminos. Se encumbró por un instante, y ya no existe, se abate como el armuelle que se corta, como la cresta de la espiga se amustia. ¿No es así? ¿Quién me puede desmentir y reducir a nada mi palabra? Bildad de Súaj tomó la palabra y dijo: Es soberano de temible fuerza el que hace reinar la paz en sus alturas. ¿Puede contar alguien sus tropas? ¿Contra quién no se alza su luz? ¿Cómo un hombre será justo ante Dios? ¿Cómo puro el nacido de mujer? Si ni la luna misma tiene brillo ni las estrellas son puras a sus ojos, ¡Cuánto menos un hombre, esa gusanera, un hijo de hombre, ese gusano! Job tomó la palabra y dijo: ¡Qué bien has sostenido al débil y socorrido al brazo inválido! ¡Qué bien has aconsejado al ignorante, qué hábil talento has demostrado! ¿A quién has dirigido tus discursos, y de quién es el espíritu que ha salido de ti? Las Sombras tiemblan bajo tierra, las aguas y sus habitantes se estremecen. Ante Él, el Seol está al desnudo, la Perdición al descubierto. Él extiende el Septentrión sobre el vacío, sobre la nada suspende la tierra. Él encierra las aguas en sus nubes, sin que bajo su peso el nublado reviente. Él encubre la cara de la luna llena, desplegando sobre ella su nublado. Él trazó un cerco sobre la haz de las aguas, hasta el confín de la luz con las tinieblas. Se tambalean las columnas del cielo, presas de terror a su amenaza. Con su poder hendió la mar, con su destreza quebró a Ráhab. Su soplo abrillantó los cielos, su mano traspasó a la Serpiente Huidiza. Estos son los contornos de sus obras, de que sólo percibimos un apagado eco. Y el trueno de su potencia, ¿Quién lo captará? Job continuó pronunciando su discurso y dijo: ¡Vive Dios, que justicia me rehúsa, por Sadday, que me ha amargado el alma, mientras siga en mí todo mi espíritu y el aliento de Dios en mis narices, no dirán mis labios falsedad ni mi lengua proferirá mentira! Lejos de mí daros la razón: hasta mi último suspiro mantendré mi inocencia. Me he aferrado a mi justicia, y no la soltaré, mi corazón no se avergüenza de mis días. ¡Tenga la suerte del malvado mi enemigo, la del injusto mi adversario! Pues ¿Cuál es la esperanza del impío cuando suplica, cuando hacia Dios eleva su alma? ¿Acaso Dios escucha su gemido, cuando viene sobre él una calamidad? ¿Tenía él sus delicias en Sadday? ¿Invocaba a Dios en todo instante? Yo os muestro el proceder de Dios, sin ocultar los secretos de Sadday. Y si todos vosotros ya lo habéis comprobado, ¿Para qué esos vanos discursos al vacío? Esta es la suerte que al malvado Dios reserva, la herencia que reciben de Sadday los violentos. Aunque sean muchos sus hijos, son para la espada, y sus vástagos no tendrán pan con que saciarse. Los que queden serán sepultados por la Peste, y sus viudas no los llorarán. Si acumula la plata como polvo, si amontona vestidos como fango, ¡Que amontone!: un justo se vestirá con ellos, un inocente heredará la plata. Se edificó una casa de araña, como garita que un guarda construye. Rico se acuesta, mas por última vez; cuando abre los ojos, ya no es nada. En pleno día le asaltan los terrores, de noche un torbellino le arrebata. El solano se lo lleva, y desaparece, le arranca del lugar de su mansión. Sin compasión por blanco se le toma, trata de huir de la mano que le hiere. Bátense palmas a su ruina, doquiera se encuentre se le silba. Hay, sí, para la plata un venero, para el oro un lugar donde se purifica. Se extrae del suelo el hierro, una piedra fundida se hace cobre. Se pone fin a las tinieblas, hasta el último límite se excava la piedra oscura y lóbrega. Extranjeros abren galerías de todo pie olvidadas, y oscilan, se balancean, lejos de los humanos. Tierra de donde sale el pan, que está revuelta, abajo, por el fuego. Lugar donde las piedras son zafiro y contienen granos de oro. Sendero que no conoce el ave de rapiña ni el ojo del buitre lo columbra. No lo pisaron los hijos del orgullo, el león jamás lo atravesó. Aplica el hombre al pedernal su mano, descuaja las montañas de raíz. Abre canales en las rocas, ojo avizor a todo lo precioso. Explora las fuentes de los ríos, y saca a luz lo oculto. Mas la Sabiduría, ¿De dónde viene? ¿Cuál es la sede de la Inteligencia? Ignora el hombre su sendero, no se le encuentra en la tierra de los vivos. Dice el Abismo: «No está en mí», y el Mar: «No está conmigo.» No se puede dar por ella oro fino ni comprarla a precio de plata ni evaluarla con el oro de Ofir, el ágata preciosa o el zafiro. No la igualan el oro ni el vidrio ni se puede cambiar por vaso de oro puro. Corales y cristal ni mencionarlos, mejor es pescar Sabiduría que perlas. No la iguala el topacio de Kus ni con oro puro puede evaluarse. Mas la Sabiduría, ¿De dónde viene? ¿Cuál es la sede de la Inteligencia? Ocúltase a los ojos de todo ser viviente, se hurta a los pájaros del cielo. La Perdición y la Muerte dicen: «De oídas sabemos su renombre.» Sólo Dios su camino ha distinguido, sólo Él conoce su lugar. (Porque Él otea hasta los confines de la tierra, y ve cuanto hay bajo los cielos.) Cuando dio peso al viento y aforó las aguas con un módulo, cuando a la lluvia impuso ley y un camino a los giros de los truenos, entonces la vio y le puso precio, la estableció y la escudriñó. Y dijo al hombre: «Mira, el temor del Señor es la Sabiduría, huir del mal, la Inteligencia.» Job continuó pronunciando su discurso y dijo: ¡Quién me hiciera volver a los meses de antaño, aquellos días en que Dios me guardaba, cuando su lámpara brillaba sobre mi cabeza, y yo a su luz por las tinieblas caminaba; como era yo en los días de mi otoño, cuando vallaba Dios mi tienda, cuando Sadday estaba aún conmigo, y en torno mío mis muchachos, cuando mis pies se bañaban en manteca, y regatos de aceite destilaba la roca! Si yo salía a la puerta que domina la ciudad y mi asiento en la plaza colocaba, se retiraban los jóvenes al verme, y los viejos se levantaban y quedaban en pie. Los notables cortaban sus palabras y ponían la mano en su boca. La voz de los jefes se ahogaba, su lengua se pegaba al paladar. Oído que lo oía me llamaba feliz, ojo que lo veía se hacía mi testigo. Pues yo libraba al pobre que clamaba, y al huérfano que no tenía valedor. La bendición del moribundo subía hacia mí, el corazón de la viuda yo alegraba. Me había puesto la justicia, y ella me revestía, como manto y turbante, mi derecho. Era yo los ojos del ciego y del cojo los pies. Era el padre de los pobres, la causa del desconocido examinaba. Quebraba los colmillos del inicuo, de entre sus dientes arrancaba su presa. Y me decía: «Anciano moriré, como la arena aumentaré mis días. Mi raíz está franca a las aguas, el rocío se posa de noche en mi ramaje. Mi gloria será siempre nueva en mí, y en mi mano mi arco renovará su fuerza. Me escuchaban ellos con expectación, callaban para oír mi consejo. Después de hablar yo, no replicaban, y sobre ellos mi palabra caía gota a gota. Me esperaban lo mismo que a la lluvia, abrían su boca como a lluvia tardía. Si yo les sonreía, no querían creerlo, y la luz de mi rostro no dejaban perderse. Les indicaba el camino y me ponía al frente, me asentaba como un rey en medio de su tropa, y por doquier les guiaba a mi gusto. Mas ahora ríense de mí los que son más jóvenes que yo, a cuyos padres no juzgaba yo dignos de mezclar con los perros de mi grey. Aun la fuerza de sus manos, ¿Para qué me servía?; había decaído todo su vigor, agotado por el hambre y la penuria. Roían las raíces de la estepa, lugar sombrío de ruina y soledad. Recogían armuelle por los matorrales, eran su pan raíces de retama. De entre los hombres estaban expulsados, tras ellos se gritaba como tras un ladrón. Moraban en las escarpas de los torrentes, en las grietas del suelo y de las rocas. Entre los matorrales rebuznaban, se apretaban bajo los espinos. Hijos de abyección, sí, ralea sin nombre, echados a latigazos del país. ¡Y ahora soy yo la copla de ellos, el blanco de sus chismes! Horrorizados de mí, se quedan a distancia, y sin reparo a la cara me escupen. Porque él ha soltado mi cuerda y me maltrata, ya tiran todo freno ante mí. Una ralea se alza a mi derecha, exploran si me encuentro tranquilo, y abren hacia mí sus caminos siniestros. Mi sendero han destruido, para perderme se ayudan, y nada les detiene; como por ancha brecha irrumpen, se han escurrido bajo los escombros. Los terrores se vuelven contra mí, como el viento mi dignidad es arrastrada; como una nube ha pasado mi ventura. Y ahora en mí se derrama mi alma, me atenazan días de aflicción. De noche traspasa el mal mis huesos, y no duermen las llagas que me roen. Con violencia agarra él mi vestido, me aferra como el cuello de mi túnica. Me ha tirado en el fango, soy como el polvo y la ceniza. Grito hacia ti y tú no me respondes, me presento y no me haces caso. Te has vuelto cruel para conmigo, tu mano vigorosa en mí se ceba. Me llevas a caballo sobre el viento, me zarandeas con la tempestad. Pues bien sé que a la muerte me conduces, al lugar de cita de todo ser viviente. Y sin embargo, ¿He vuelto yo la mano contra el pobre, cuando en su angustia justicia reclamaba? ¿No he llorado por el que vive en estrechez? ¿No se ha apiadado mi alma del mendigo? Yo esperaba la dicha, y llegó la desgracia, aguardaba la luz, y llegó la oscuridad. Me hierven las entrañas sin descanso, me han alcanzado días de aflicción. Sin haber Sol, ando renegrido, me he levantado en la asamblea, sólo para gritar. Me he hecho hermano de chacales y compañero de avestruces. Mi piel se ha ennegrecido sobre mí, mis huesos se han quemado por la fiebre. ¡Mi cítara sólo ha servido para el duelo, mi flauta para la voz de plañidores! Había hecho yo un pacto con mis ojos, y no miraba a ninguna doncella. Y ¿Cuál es el reparto que hace Dios desde arriba, cuál la suerte que manda Sadday desde la altura? ¿No es acaso desgracia para el inicuo, tribulación para los malhechores? ¿No ve Él mis caminos, no cuenta todos mis pasos? ¿He caminado junto a la mentira? ¿He apretado mi paso hacia la falsedad? ¡Péseme Él en balanza de justicia, conozca Dios mi integridad! Si mis pasos del camino se extraviaron, si tras mis ojos fue mi corazón, si a mis manos se adhiere alguna mancha, ¡Coma otro lo que yo sembré, y sean arrancados mis retoños! Si mi corazón fue seducido por mujer, si he fisgado a la puerta de mi prójimo, ¡Muela para otro mi mujer, y otros se encorven sobre ella! Pues sería ello una impudicia, un crimen a justicia sujeto; sería fuego que devora hasta la Perdición y que consumiría toda mi hacienda. Si he menospreciado el derecho de mi siervo o de mi sierva, en sus pleitos conmigo, ¿Qué podré hacer cuando Dios se levante? cuando Él investigue, ¿Qué responderé? ¿No los hizo Él, igual que a mí, en el vientre? ¿No nos formó en el seno uno mismo? ¿Me he negado al deseo de los débiles? ¿Dejé desfallecer los ojos de la viuda? ¿Comí solo mi pedazo de pan, sin compartirlo con el huérfano? ¡Siendo así que desde mi infancia me crió Él como un padre, me guió desde el seno materno! ¿He visto a un miserable sin vestido, a algún pobre desnudo, sin que en lo íntimo de su ser me bendijera, y del vellón de mis corderos se haya calentado? Si he alzado mi mano contra un huérfano, por sentirme respaldado en la Puerta, ¡Mi espalda se separe de mi nuca, y mi brazo del hombro se desgaje! Pues el terror de Dios caería sobre mí, y ante su majestad no podría tenerme. ¿He hecho del oro mi confianza, o he dicho al oro fino: «Tú, mi seguridad»? ¿Me he complacido en la abundancia de mis bienes, en que mi mano había ganado mucho? ¿Acaso, al ver el Sol cómo brillaba, y la luna que marchaba radiante, mi corazón, en secreto, se dejó seducir para enviarles un beso con la mano? También hubiera sido una falta criminal, por haber renegado del Dios de lo alto. ¿Del infortunio de mi enemigo me alegré, me gocé de que el mal le alcanzara? ¡Yo que no permitía a mi lengua pecar reclamando su vida con una maldición! ¿No decían las gentes de mi tienda: «¿Hay alguien que no se haya hartado con su carne?» El forastero no pernoctaba a la intemperie, tenía abierta mi puerta al caminante. ¿He disimulado mis culpas a los hombres, ocultando en mi seno mi pecado, porque temiera el rumor público, o el desprecio de las gentes me asustara, hasta quedar callado sin atreverme a salir mi puerta? ¡Oh! ¿Quién hará que se me escuche? Esta es mi última palabra: ¡Respóndame Sadday! El libelo que haya escrito mi adversario pienso llevarlo sobre mis espaldas, ceñírmelo igual que una diadema. Del número de mis pasos voy a rendirle cuentas, como un príncipe me llegaré hasta él. Si mi tierra grita contra mí, y sus surcos lloran con ella, si he comido sus frutos sin pagarlos y he hecho expirar a sus dueños, ¡En vez de trigo broten en ella espinas, y en lugar de cebada hierba hedionda! Fin de las palabras de Job. Aquellos tres hombres dejaron de replicar a Job, porque se tenía por justo. Entonces montó en cólera Elihú, hijo de Barakel el buzita, de la familia de Ram. Su cólera se inflamó contra Job, porque pretendía tener razón frente a Dios; y también contra sus tres amigos, porque no habían hallado ya nada que replicar y de esa manera habían dejado mal a Dios. Mientras hablaban ellos con Job, Elihú se había mantenido a la expectativa, porque eran más viejos que él. Pero cuando vio que en la boca de los tres hombres ya no quedaba respuesta, montó en cólera. Tomó, pues, la palabra Elihú, hijo de Barakel el buzita, y dijo: Soy pequeño en edad, y vosotros sois viejos; por eso tenía miedo, me asustaba el declararos mi saber. Me decía yo: «Hablará la edad, los muchos años enseñarán sabiduría.» Pero en verdad, es un soplo en el hombre, es el espíritu de Sadday lo que hace inteligente. No son sabios los que están llenos de años ni los viejos quienes comprenden lo que es justo. Por eso he dicho: Escuchadme, voy a declarar también yo mi saber. Hasta ahora vuestras razones esperaba, prestaba oído a vuestros argumentos; mientras tratabais de buscar vocablos, tenía puesta en vosotros mi atención. Y veo que ninguno a Job da réplica, nadie de entre vosotros a sus dichos responde. No digáis, pues: «Hemos hallado la sabiduría; nos instruye Dios, no un hombre.» No hilaré yo palabras como ésas, no le replicaré en vuestros términos. Han quedado vencidos, no han respondido más: les han faltado las palabras. He esperado, pero ya que no hablan, puesto que se han quedado sin respuesta, responderé yo por mi parte, declararé también yo mi saber. Pues estoy lleno de palabras, me urge un soplo desde dentro. Es, en mi seno, como vino sin escape, que hace reventar los odres nuevos. Hablaré para desahogarme, abriré los labios y replicaré. No tomaré el partido de ninguno, a nadie adularé. Pues yo no sé adular: bien pronto me aventaría mi Hacedor. Ten a bien, Job, escuchar mis palabras, presta oído a todas mis razones. Ya ves que he abierto mi boca, en mi paladar habla mi lengua. Mi corazón dará palabras cuerdas, la pura verdad dirán mis labios. El soplo de Dios me hizo, me animó el aliento de Sadday. Si eres capaz, replícame, ¡Alerta, ponte en guardia ante mí! Mira, soy como tú, no soy un dios, también yo de arcilla fui plasmado. Por eso mi terror no te ha de espantar, no pesará mi mano sobre ti. No has hecho más que decir a mis propios oídos, -pues he oído el son de tus palabras-: «Puro soy, sin delito; limpio estoy, no hay culpa en mí. Pero él inventa contra mí pretextos, y me reputa como su enemigo; mis pies pone en el cepo, espía todas mis sendas.» Pues bien, respondo, en esto no tienes razón, porque Dios es más grande que el hombre. ¿Por qué te querellas tú con él porque no responda a todas tus palabras? Habla Dios una vez, y otra vez, sin que se le haga caso. En sueños, en visión nocturna, cuando un letargo cae sobre los hombres, mientras están dormidos en su lecho, entonces abre Él el oído de los hombres, y con sus apariciones les espanta, para apartar al hombre de sus obras y acabar con su orgullo de varón, para librar su alma de la fosa y su vida de pasar el Canal. También es corregido por el dolor en su camilla, por el temblor continuo de sus huesos, cuando a su vida el alimento asquea y a su alma los manjares exquisitos, cuando su carne desaparece de la vista, y sus huesos, que no se veían, aparecen; cuando su alma a la fosa se aproxima y su vida a la morada de los muertos. Si hay entonces junto a él un Ángel, un Mediador escogido entre mil, que declare al hombre su deber, que de él se apiade y diga: «Líbrale de bajar a la fosa, yo he encontrado el rescate de su alma», su carne se renueva de vigor juvenil, vuelve a los días de su adolescencia. Invoca a Dios, que le otorga su favor, y va a ver con júbilo su rostro Anuncia a los demás su justicia, canta así entre los hombres: «Yo había pecado y torcido el derecho, mas Dios no me ha dado el merecido. Ha librado mi alma de pasar por la fosa, y mi vida contempla la luz.» He aquí todo lo que hace Dios, dos y tres veces con el hombre, para recobrar su alma de la fosa, para que sea alumbrado con la luz de los vivos. Atiende, Job, escúchame, guarda silencio, y yo hablaré. Si tienes algo que decir, replícame, habla, pues yo deseo darte la razón. Si no, escúchame, guarda silencio, y yo te enseñaré sabiduría. Elihú reanudó su discurso y dijo: Escuchad, sabios, mis palabras, vosotros los doctos, dadme oídos. Porque el oído aprecia las palabras, como el paladar gusta los manjares. Decidamos entre nosotros lo que es justo, sepamos juntos lo que es bueno. Pues Job ha dicho: «Yo soy justo, pero Dios me quita mi derecho; mi juez se muestra cruel para conmigo, mi llaga es incurable, aunque no tengo culpa.» ¿Qué hombre hay como Job, que bebe el sarcasmo como agua, que anda en compañía de malhechores, y camina con malvados? Pues él ha dicho: «Nada gana el hombre con buscar el agrado de Dios.» Así pues, escuchadme, como hombres sensatos. Lejos de Dios el mal, de Sadday la injusticia; que la obra del hombre, él se la paga, y según su conducta trata a cada uno. En verdad, Dios no hace el mal, no tuerce el derecho Sadday. ¿Quién, si no, le confió la tierra, quién le encargó del mundo entero? Si Él retirara a sí su espíritu, si hacia sí recogiera su soplo, a una expiraría toda carne, el hombre al polvo volvería. Si tienes inteligencia, escucha esto, presta oído al son de mis palabras. ¿Podría gobernar un enemigo del derecho? ¿Al Justo poderoso vas a condenar? ¡Aquel que dice a un rey: «¡Inútil!», «¡Malvados!» a los nobles, que no hace acepción de príncipes ni prefiere al grande sobre el débil, ¡Pues todos son obra de sus manos! Mueren ellos de repente a media noche, perecen los grandes y pasan, y Él depone a un tirano sin esfuerzo. Pues sus ojos vigilan los caminos del hombre, todos sus pasos observa. No hay tinieblas ni sombra donde ocultarse los agentes del mal. No asigna Él un plazo al hombre para que a juicio se presente ante Dios. Quebranta a los grandes sin examen, y pone a otros en su sitio. Es que Él conoce sus acciones, de noche los sacude y se les pisa. Como a criminales los azota, en lugar público los encadena, porque se apartaron de su seguimiento, y no comprendieron todos sus caminos, hasta hacer llegar a Él el gemido del débil y hacerle oír el clamor de los humildes. Mas si Él sigue inmóvil, sin que nadie le perturbe, si vela su faz, sin que nadie le perciba, es que se apiada de naciones e individuos, libra al impío del cepo de la angustia. Cuando éste dice a Dios: «He sido seducido, no volveré a hacer mal; si he pecado instrúyeme, si he cometido injusticia, no reincidiré». ¿Acaso, según tú, tendría Él que castigar, ya que rechazas sus decisiones? Como eres tú el que aprecias, y no yo, di todo lo que sepas. Mas los hombres sensatos me dirán, así como todo sabio que me escuche: «No habla Job cuerdamente, no son sensatas sus palabras. Que sea Job probado a fondo, por sus respuestas dignas de malvados. Porque a su pecado la rebeldía añade, pone fin al derecho entre nosotros, y multiplica contra Dios sus palabras.» Elihú reanudó su discurso y dijo: ¿Crees que eso es juicioso, piensas ser más justo que Dios, cuando dices: «¿Qué te importa a ti, o de qué me sirve a mí no haber pecado»? Yo te daré respuesta, y contigo a tus amigos. ¡Mira a los cielos y ve, observa cómo las nubes son mas altas que tú! Si pecas, ¿Qué le causas?, si se multiplican tus ofensas, ¿Qué le haces? ¿Qué le das, si eres justo, o qué recibe él de tu mano? A un hombre igual que tú afecta tu maldad, a un hijo de hombre tu justicia. Bajo la carga de la opresión se gime, se grita bajo el brazo de los grandes, mas nadie dice: «¿Dónde está Dios, mi hacedor, el que hace resonar los cantares en la noche, el que nos hace más hábiles que las bestias de la tierra, más sabios que los pájaros del cielo?» Entonces se grita, sin que responda él, a causa del orgullo de los malos. Seguro, la falsedad Dios no la escucha, Sadday no le presta atención. Mucho menos, el decir que no le adviertes, que un proceso está ante él y que le esperas; o también que su cólera no castiga nada, y que ignora la rebelión del hombre. Job, pues, abre en vano su boca, multiplica a lo tonto las palabras. Prosiguió Elihú y dijo: Espera un poco, y yo te instruiré, pues todavía hay palabras en favor de Dios. Voy a llevar muy lejos mi saber, y daré la razón a mi Hacedor. En verdad, no son mentira mis palabras, un maestro en saber está contigo. Dios no rechaza al hombre íntegro ni deja vivir al malvado en plena fuerza. Hace justicia a los pobres, y no quita al justo su derecho. Él puso a los reyes en el trono, para siempre los asienta, mas se engríen, y Él los amarra con cadenas, y quedan presos en los lazos de la angustia. Entonces les pone su obra al descubierto y sus culpas nacidas del orgullo. A sus oídos pronuncia una advertencia, y manda que se vuelvan de la iniquidad. Si escuchan y son dóciles, acaban sus días en ventura y en delicias sus años. Si no escuchan, pasan el Canal, y expiran por falta de cordura. Y los obstinados que imponen la cólera y no piden auxilio cuando Él los encadena, mueren en plena juventud, y su vida en la edad juvenil. Él salva al pobre por su misma pobreza, por la miseria el oído le abre. También a ti te arrancará de las fauces de la angustia. Antes gozabas de abundancia sin límites, la grasa desbordaba de tu mesa. Mas no hacías justicia de los malos, defraudabas el derecho del huérfano. Procura, pues, que no te seduzca la abundancia ni el copioso soborno te extravíe. Haz comparecer al rico como al que nada tiene, al débil como al poderoso. No aplastes a aquellos que te son extraños, para encumbrar en su puesto a tus parientes. Guárdate de inclinarte hacia la iniquidad, que por eso te ha probado la aflicción. Mira, Dios es sublime por su fuerza, ¿Quién es maestro como él? ¿Quién le señaló el camino a seguir? ¿Quién le diría: «Has hecho mal»? Acuérdate más bien de ensalzar su obra, que han cantado los hombres. Todo hombre la contempla, el hombre la mira desde lejos. Sí, Dios es grande y no le comprendemos, el número de sus años es incalculable. Él atrae las gotas de agua, pulveriza la lluvia en su vapor, que luego derraman las nubes, la destilan sobre la turba humana. ¿Quién además comprenderá el despliegue de la nube, los fragores de su tienda? Ved que despliega su niebla por encima cubre las cimas de los montes. Pues por ellas sustenta Él a los pueblos, les da alimento en abundancia. En sus manos el rayo levanta y le ordena que alcance su destino. Su trueno le anuncia, la ira se inflama contra la iniquidad. Mi corazón también por eso tiembla, y salta fuera de su sitio. ¡Escuchad, escuchad el fragor de su voz, el bramido que sale de su boca! Hace relampaguear por todo el cielo, su fulgor llega a los extremos de la tierra. Detrás de Él una voz ruge: truena Él con su soberbia voz, y sus rayos no retiene, mientras su voz retumba. Dios nos da a ver maravillas, grandes cosas hace que no comprendemos. Cuando dice a la nieve: «¡Cae sobre la tierra!», y a los aguaceros: «¡Lloved fuerte!», la mano de todo hombre retiene bajo sello, para que todos conozcan su obra. Las fieras a sus guaridas huyen y en sus cubiles se cobijan. Del sur llega el huracán, el frío, de los vientos del norte. Al soplo de Dios se forma el hielo, se congela la extensión de las aguas. Él carga a la nube de un rayo, el nublado esparce su fulgor, y éste, gira girando, circula conforme a sus designios. Así ejecutan sus órdenes en todo sobre la haz de su orbe terráqueo. Ya como castigo para los pueblos de la tierra, ya como gracia, Él los envía. Presta, Job, oído a esto, tente y observa los prodigios de Dios. ¿Sabes acaso cómo Dios los rige, y cómo su nube hace brillar el rayo? ¿Sabes tú cómo las nubes cuelgan en equilibrio, maravilla de una ciencia consumada? Tú, cuyos vestidos queman cuando está quieta la tierra bajo el viento del sur, ¿Puedes extender con él la bóveda del cielo, sólida como espejo de metal fundido? Enséñanos qué le hemos de decir: no discutiremos más, debido a las tinieblas. Si hablo yo, ¿Alguien se lo cuenta? ¿Es informado de lo que un hombre ha dicho? Ahora ya no se ve la luz, que queda oscurecida por las nubes; pero pasa el viento y las despeja, y una claridad llega del norte: gloria terrible alrededor de Dios, ¡Es Sadday!, no podemos alcanzarle. Grande en fuerza y equidad, Maestro de justicia, sin oprimir a nadie. Por eso le temen los hombres: ¡A Él la veneración de todos los sabios de corazón! Yahveh respondió a Job desde el seno de la tempestad y dijo: ¿Quién es éste que empaña el Consejo con razones sin sentido? Ciñe tus lomos como un bravo: voy a interrogarte, y tú me instruirás. Dónde estabas tú cuando fundaba yo la tierra? Indícalo, si sabes la verdad. ¿Quién fijó sus medidas? ¿Lo sabrías? ¿Quién tiró el cordel sobre ella? ¿Sobre qué se afirmaron sus bases? ¿Quién asentó su piedra angular, entre el clamor a coro de las estrellas del alba y las aclamaciones de todos los Hijos de Dios? ¿Quién encerró el mar con doble puerta, cuando del seno materno salía borbotando; cuando le puse una nube por vestido y del nubarrón hice sus pañales; cuando le tracé sus linderos y coloqué puertas y cerrojos? «¡Llegarás hasta aquí, no más allá - le dije -, aquí se romperá el orgullo de tus olas!» ¿Has mandado, una vez en tu vida, a la mañana, has asignado a la aurora su lugar, para que agarre a la tierra por los bordes y de ella sacuda a los malvados? Ella se trueca en arcilla de sello, se tiñe lo mismo que un vestido. Se quita entonces su luz a los malvados, y queda roto el brazo que se alzaba. ¿Has penetrado hasta las fuentes del mar? ¿Has circulado por el fondo del Abismo? ¿Se te han mostrado las puertas de la Muerte? ¿Has visto las puertas del país de la Sombra? ¿Has calculado las anchuras de la tierra? Cuenta, si es que sabes, todo esto. ¿Por dónde se va a la morada de la luz? y las tinieblas, ¿Dónde tienen su sitio?, para que puedas llevarlas a su término, guiarlas por los senderos de su casa. Si lo sabes, ¡Es que ya habías nacido entonces, y bien larga es la cuenta de tus días! ¿Has llegado a los depósitos de nieve? ¿Has visto las reservas de granizo, que yo guardo para el tiempo de angustia, para el día de batalla y de combate? ¿Por qué camino se reparte la luz, o se despliega el solano por la tierra? ¿Quién abre un canal al aguacero, a los giros de los truenos un camino, para llover sobre tierra sin hombre, sobre el desierto donde no hay un alma, para abrevar a las soledades desoladas y hacer brotar en la estepa hierba verde? ¿Tiene padre la lluvia? ¿Quién engendra las gotas de rocío? ¿De qué seno sale el hielo? ¿Quién da a luz la escarcha del cielo, cuando las aguas se aglutinan como piedra y se congela la superficie del abismo? ¿Puedes tú anudar los lazos de las Pléyades o desatar las cuerdas de Orión? ¿Haces salir la Corona a su tiempo? ¿Conduces a la Osa con sus crías? ¿Conoces las leyes de los Cielos? ¿Aplicas su fuero en la tierra? ¿Levantas tu voz hasta las nubes?, la masa de las aguas, ¿Te obedece? A tu orden, ¿Los relámpagos parten, diciéndote: «Aquí estamos»? ¿Quién puso en el ibis la sabiduría? ¿Quién dio al gallo inteligencia? ¿Quién tiene pericia para contar las nubes? ¿Quién inclina los odres de los cielos, cuando se aglutina el polvo en una masa y los terrones se pegan entre sí? ¿Cazas tú acaso la presa a la leona? ¿Calmas el hambre de los leoncillos, cuando en sus guaridas están acurrucados, o en los matorrales al acecho? ¿Quién prepara su provisión al cuervo, cuando sus crías gritan hacia Dios, cuando se estiran faltos de comida? ¿Sabes cuándo hacen las rebecas sus crías? ¿Has observado el parto de las ciervas?¿Has contado los meses de su gestación? ¿Sabes la época de su alumbramiento? Entonces se acurrucan y paren a sus crías, echan fuera su camada. Y cuando ya sus crías se hacen fuertes y grandes, salen al desierto y no vuelven más a ellas. ¿Quién dejó al onagro en libertad y soltó las amarras del asno salvaje? Yo le he dado la estepa por morada, por mansión la tierra salitrosa. Se ríe del tumulto de las ciudades, no oye los gritos del arriero; explora las montañas, pasto suyo, en busca de toda hierba verde. ¿Querrá acaso servirte el buey salvaje, pasar la noche junto a tu pesebre? ¿Atarás a su cuello la coyunda? ¿Rastrillará los surcos tras de ti? ¿Puedes fiarte de él por su gran fuerza? ¿Le confiarás tu menester? ¿Estás seguro de que vuelva, de que en tu era allegue el grano? El ala del avestruz, ¿Se puede comparar al plumaje de la cigüeña y del halcón? Ella en tierra abandona sus huevos, en el suelo los deja calentarse; se olvida de que puede aplastarlos algún pie, o cascarlos una fiera salvaje. Dura para sus hijos cual si no fueran suyos, por un afán inútil no se inquieta. Es que Dios la privó de sabiduría, y no le dotó de inteligencia. Pero en cuanto se alza y se remonta, se ríe del caballo y su jinete. ¿Das tú al caballo la bravura? ¿Revistes su cuello de tremolante crin? ¿Le haces brincar como langosta? ¡Terror infunde su relincho altanero! Piafa de júbilo en el valle, con brío se lanza al encuentro de las armas. Se ríe del miedo y de nada se asusta, no retrocede ante la espada. Va resonando sobre él la aljaba, la llama de la lanza y el dardo. Hirviendo de impaciencia la tierra devora, no se contiene cuando suena la trompeta. A cada toque de trompeta dice: «¡Aah!» olfatea de lejos el combate, las voces de mando y los clamores. ¿Acaso por tu acuerdo el halcón emprende el vuelo, despliega sus alas hacia el sur? ¿Por orden tuya se remonta el águila y coloca su nido en las alturas? Pone en la roca su mansión nocturna, su fortaleza en un picacho. Desde allí acecha a su presa, desde lejos la divisan sus ojos. Sus crías lamen sangre; donde hay muertos, allí está. Y Yahveh se dirigió a Job y le dijo: ¿Cederá el adversario de Sadday? ¿El censor de Dios va a replicar aún? Y Job respondió a Yahveh: ¡He hablado a la ligera: ¿Qué voy a responder? Me taparé la boca con mi mano. Hablé una vez, no he de repetir; dos veces, ya no insistiré. Yahveh respondió a Job desde el seno de la tempestad y dijo: Ciñe tus lomos como un bravo: voy a preguntarte y tú me instruirás. ¿De verdad quieres anular mi juicio?, para afirmar tu derecho, ¿Me vas a condenar? ¿Tienes un brazo tú como el de Dios? ¿Truena tu voz como la suya? ¡Ea, cíñete de majestad y de grandeza, revístete de gloria y de esplendor! ¡Derrama la explosión de tu cólera, con una mirada humilla al arrogante! ¡Con una mirada abate al orgulloso, aplasta en el sitio a los malvados! ¡Húndelos juntos en el suelo, cierra sus rostros en el calabozo! ¡Y yo mismo te rendiré homenaje, por la victoria que te da tu diestra! Mira a Behemot, criatura mía, como tú. Se alimenta de hierba como el buey. Mira su fuerza en sus riñones, en los músculos del vientre su vigor. Atiesa su cola igual que un cedro, los nervios de sus muslos se entrelazan. Tubos de bronce son sus vértebras; sus huesos, como barras de hierro. Es la primera de las obras de Dios: su autor le procuró su espada; los montes le aportan un tributo, y todas las fieras que retozan en ellos. Bajo los lotos se recuesta, en escondite de cañas y marismas. Los lotos le recubren con su sombra, los sauces del torrente le rodean. Si el río va bravo, no se inquieta, firme está aunque un Jordán le llegue hasta la boca. ¿Quién, pues, podrá prenderle por los ojos, taladrar su nariz con punzones? Y a Leviatán, ¿Le pescarás tú a anzuelo, sujetarás con un cordel su lengua? ¿Harás pasar por su nariz un junco? ¿Taladrarás con un gancho su quijada? ¿Te hará por ventura largas súplicas? ¿Te hablará con timidez? ¿Pactará contigo un contrato de ser tu siervo para siempre? ¿Jugarás con él como con un pájaro, o lo atarás para juguete de tus niñas? ¿Traficarán con él los asociados? ¿Se le disputarán los mercaderes? ¿Acribillarás su piel de dardos? ¿Clavarás con el arpón su cabeza? Pon sobre él tu mano: ¡Al recordar la lucha no tendrás ganas de volver! ¡Sería vana tu esperanza porque su vista sola aterra! No hay audaz que lo despierte, ¿Y quién podrá resistir ante él? ¿Quién le hizo frente y quedó salvo? ¡Ninguno bajo la capa de los cielos! Mencionaré también sus miembros, hablaré de su fuerza incomparable. ¿Quién rasgó la delantera de su túnica y penetró en su coraza doble? ¿Quién abrió las hojas de sus fauces? ¡Reina el terror entre sus dientes! Su dorso son hileras de escudos, que cierra un sello de piedra. Están apretados uno a otro, y ni un soplo puede pasar entre ellos. Están pegados entre sí y quedan unidos sin fisura. Echa luz su estornudo, sus ojos son como los párpados de la aurora. Salen antorchas de sus fauces, chispas de fuego saltan. De sus narices sale humo, como de un caldero que hierve junto al fuego. Su soplo enciende carbones, una llama sale de su boca. En su cuello se asienta la fuerza, y ante él cunde el espanto. Son compactas las papadas de su carne: están pegadas a ella, inseparables. Su corazón es duro como roca, resistente como piedra de molino. Cuando se yergue, se amedrentan las olas, y las ondas del mar se retiran. Le alcanza la espada sin clavarse, lo mismo la lanza, jabalina o dardo. Para él el hierro es sólo paja, el bronce, madera carcomida. No le ahuyentan los disparos del arco, cual polvillo le llegan las piedras de la honda. Una paja le parece la maza, se ríe del venablo que silba. Debajo de él tejas puntiagudas: un trillo que va pasando por el lodo. Hace del abismo una olla borbotante, cambia el mar en pebetero. Deja tras sí una estela luminosa, el abismo diríase una melena blanca. No hay en la tierra semejante a él, que ha sido hecho intrépido. Mira a la cara a los más altos, es rey de todos los hijos del orgullo. Y Job respondió a Yahveh: Sé que eres Todopoderoso: ningún proyecto te es irrealizable. Era yo el que empañaba el Consejo con razones sin sentido. Sí, he hablado de grandezas que no entiendo, de maravillas que me superan y que ignoro. (Escucha, deja que yo hable: voy a interrogarte y tú me instruirás.) Yo te conocía sólo de oídas, mas ahora te han visto mis ojos. Por eso me retracto y me arrepiento en el polvo y la ceniza. Después de hablar a Job de esta manera, Yahveh dijo a Elifaz de Temán: «Mi ira se ha encendido contra ti y contra tus dos amigos, porque no habéis hablado con verdad de mí, como mi siervo Job. Así que tomad siete novillos y siete carneros, id donde mi siervo Job, y ofreced por vosotros un holocausto. Mi siervo Job intercederá por vosotros y, en atención a él, no os castigaré por no haber hablado con verdad de mí, como mi siervo Job.» Elifaz de Temán, Bildad de Sáaj, y Sofar de Naamat fueron a cumplir la orden de Yahveh. Y Yahveh atendió a Job. Después Yahveh restauró la situación de Job, al paso que él intercedía en favor de sus amigos; y aumentó Yahveh al doble todos los bienes de Job. Vinieron, pues, donde él todos sus hermanos y todas sus hermanas, así como todos sus conocidos de antaño; y mientras celebraban con él un banquete en su casa, le compadecieron y le consolaron por todo el infortunio que Yahveh había traído sobre él. Y cada uno de ellos le hizo el obsequio de un agno de plata y de un anillo de oro. Yahveh bendijo la nueva situación de Job más aún que la antigua: llegó a poseer 14.000 ovejas, 6.000 camellos, mil yuntas de bueyes y mil asnas. Tuvo además siete hijos y tres hijas. A la primera le puso el nombre de «Paloma», a la segunda el de «Canela» y a la tercera el de «Cuerno de afeites». No había en todo el país mujeres tan bonitas como las hijas de Job. Y su padre les dio parte en la herencia entre sus hermanos. Después de esto, vivió Job todavía 140 años, y vio a sus hijos y a los hijos de sus hijos, cuatro generaciones. Después Job murió anciano y colmado de días.